La teleserie terminó como las 10 , más o menos, no lo recuerdo bien. Ella se subía las manos a la cabeza, aun no lo podía creer. Como buena obra muda las expresiones eran la clave.
Todo comenzó una hora antes, en el living. Él había llegado con cara preocupada, con señal clara que solo quedaba pedir explicaciones. Se sentó en el sillón y trató de llamar la atención a la mujer de la casa. Ella estaba limpiando la vajilla del dia. Esmerada en su labor parecía no contar la presencia del hombre. Elevó la voz y la mujer empezó entender que algo pasaba.
Ambos se sentaron y de a poco se empezó a desolar el ambiente. Solo me fijaba en las expresiones y la pena se dibujaba permanentemente en la mujer. Para bajar la tensión dramática, fui al refrigerador a buscar una cerveza. Con sutil rapidez abrí la cerveza y encontré unas papas fritas, que quedaron de la última fiesta.
Seguía el programa y todo se tornaba más lúgubre y tenso. Al parecer el hombre esperaba una respuesta de la mujer. Ella se apegaba al silencio. El hombre, elevó la cabeza dejando la paciencia de lado y se levantó con fuerza mirándola con ojos amenazantes. Creo que me inquietó un poco la escena, o era la sensación triste de que las papitas se habían acabado. La mujer movió la cabeza asintiendo, el hombre con tono descompuesto se quedó quieto. Cuando la mujer abrió la boca, el hombre asumió la cólera. El primer muerto fue todo lo que había arriba en el mueble de una especie de cómoda, que por su puesto, tenía recuerdos de la relación. Continuó con la mesita de centro, el vidrio explotó de forma espectacular repartiendo de forma uniforme todo lo que había en ella. La ampolleta del techo, daño colateral, producto de esta última maniobra. La mujer solo se limitaba a llorar, supongo yo, la definición y la toma no me permitía ver las lágrimas. Supongo que corresponde a la banda sonora de todas estas escenas, -oye, que machista- pensé.
Se volvió un poco repetitivo, el hombre se movía por toda la escena como un energúmeno. De pronto recordé que tenía frutos secos en despensa y que al parecer si mal no recordaba llevaban tiempo ahí. – No creo que la cosa avance mucho, ya vi el clímax – pensé. Llegué al lugar en cuestión para darme cuenta que Tomita, el gato del vecino, había disfrutado por semanas de mis frutos secos, -al menos alguien decente los disfrutó- rezongue.
Volví al escenario y la cosa no estaba nada mejor, el hombre se disponía a hacer su maleta y la mujer no le decía nada, solo sollozaba, – ¡Qué típico! y bueno supongo que termina todo con el portazo de despedida- me dije . Así fue, en parte algo decepcionado me dispuse a salir de la pieza, cuando de pronto el hombre volvió, haciendo pedazos la puerta, cual eximio karateca. Como poseído entró a la cocina, agarró lo que pudo y empezó el festín. Lo primero que cayó fueron los vasos, luego toda la recién lavada vajilla, las ollas, el refrigerador y la cocina. Los muebles no lograron soportar los embates y cayeron, con ello los azulejos y parte de cubierta de marmol – auch – grité. Los daños estimados bordeaban entre dos palos y dos palos y medio. Definitivamente, extrañaba las palomitas contando con un final digno para el tamaño del drama, – el ataque de ira final siempre emociona- pensé.
Finalmente el simio agotado, miró por última vez a la mujer y sin tocar la puerta se fue…
Unos minutos para soltar la tensión dramática y tomé el celular, saliendo al balcón y pregunté, – Paulina, amor, ¿todo bien?- .